VERSOS
Y VIDA
Ya
hemos hablado en otras ocasiones de la trayectoria, publicaciones y
lugar que Jorge de Arco ocupa dentro del panorama cultural y, de
manera especial, en la poesía, por lo que no vamos a detenernos
ahora en ello. Hoy nos recrearemos con “Las horas sumergidas”, su
nuevo poemario con el que ha ganado el “I Premio Nacional de Poesía
José Zorrilla”, y del que ha dicho Luis María Ansón, en el
prólogo, que es “un recreo para el buen gusto literario”.
Si
dejamos la palabra al poeta podemos encontrarnos con la experiencia
hecha verso, destilación de sombras y cumbres luminosas que
configuran la trayectoria vital, haciéndolo otro, distinto e igual,
con el paso de los días y la acumulación de logros y frustraciones,
siendo el sueño y el recuerdo los recursos más valiosos para salvar
el hoy oscuro y las cenizas del pasado, mientras atisba el futuro
posible, el mañana preñado de tierra fértil, “de ofrendas y
caricias”; también de soledad, herida abierta y “mentiras con
sabor a hierbabuena”.
Es
la búsqueda en el laberinto que desea le conduzca a la “mano
enamorada” que pinta la noche en la que todo es posible, como en la
ensoñación en la que cabe “La sal de tu desnudo:/ inventario
solemne/ de una misma y fugaz melancolía”; o la vigilia en la que
se hacen concretos los deseos: “Recojo mis penumbras/ y penetro en
la noche de tu aliento,/ en el clamor salvaje/ de tu mortal,
inolvidable danza”. Mas también esto puede ser efímero y sólo
permanecer “el rumor de los pasos que me alejan de ti”.
Por
eso busca cobijo “bajo la suave/ melodía del agua” al
experimentar la fugacidad de la esperanza y la permanencia de la
nada. “Sólo queda el destierro”, nos dice, “otoño de
nostalgias/ …/ Aguardo en los crepúsculos/ que me haga el sol su
prisionero y vuelva/ hasta mis párpados/ la cegadora luz/ que antaño
cautivara mis pasiones”.
“A
solas con la voz/ del tiempo,/ …escribo la metáfora infinita/ que
anida junto a Dios”. “Sombría libertad/ en su silencio…”.
Sólo cuenta con la certeza interior, la luz, aunque no siempre le
alumbre. “Mi soledad es una cinta inútil/ que se anuda a la orilla
de mis manos/ y en mi interior/ renacen deslumbradas/ la carne y su
piedad,/ la lluvia que maquilla el peso de la vida”, y busca en su
memoria.
Y
está el regusto de la infancia, un pueblo que despierta en sus venas
heridas y gozos que le ayudan a sanar con el paso de las estaciones,
de los años, del tiempo… Madurez serena que sabe conjugar, o lo
desea, mientras camina hacia el que en otro momento fue y espera
seguir siendo, cuando sea posible, en nuevos versos o silencios.
Esteban Rodríguez Ruiz
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