sábado, 4 de enero de 2014

VERSOS Y VIDA


VERSOS Y VIDA

Ya hemos hablado en otras ocasiones de la trayectoria, publicaciones y lugar que Jorge de Arco ocupa dentro del panorama cultural y, de manera especial, en la poesía, por lo que no vamos a detenernos ahora en ello. Hoy nos recrearemos con “Las horas sumergidas”, su nuevo poemario con el que ha ganado el “I Premio Nacional de Poesía José Zorrilla”, y del que ha dicho Luis María Ansón, en el prólogo, que es “un recreo para el buen gusto literario”.
Si dejamos la palabra al poeta podemos encontrarnos con la experiencia hecha verso, destilación de sombras y cumbres luminosas que configuran la trayectoria vital, haciéndolo otro, distinto e igual, con el paso de los días y la acumulación de logros y frustraciones, siendo el sueño y el recuerdo los recursos más valiosos para salvar el hoy oscuro y las cenizas del pasado, mientras atisba el futuro posible, el mañana preñado de tierra fértil, “de ofrendas y caricias”; también de soledad, herida abierta y “mentiras con sabor a hierbabuena”.
Es la búsqueda en el laberinto que desea le conduzca a la “mano enamorada” que pinta la noche en la que todo es posible, como en la ensoñación en la que cabe “La sal de tu desnudo:/ inventario solemne/ de una misma y fugaz melancolía”; o la vigilia en la que se hacen concretos los deseos: “Recojo mis penumbras/ y penetro en la noche de tu aliento,/ en el clamor salvaje/ de tu mortal, inolvidable danza”. Mas también esto puede ser efímero y sólo permanecer “el rumor de los pasos que me alejan de ti”.
Por eso busca cobijo “bajo la suave/ melodía del agua” al experimentar la fugacidad de la esperanza y la permanencia de la nada. “Sólo queda el destierro”, nos dice, “otoño de nostalgias/ …/ Aguardo en los crepúsculos/ que me haga el sol su prisionero y vuelva/ hasta mis párpados/ la cegadora luz/ que antaño cautivara mis pasiones”.
A solas con la voz/ del tiempo,/ …escribo la metáfora infinita/ que anida junto a Dios”. “Sombría libertad/ en su silencio…”. Sólo cuenta con la certeza interior, la luz, aunque no siempre le alumbre. “Mi soledad es una cinta inútil/ que se anuda a la orilla de mis manos/ y en mi interior/ renacen deslumbradas/ la carne y su piedad,/ la lluvia que maquilla el peso de la vida”, y busca en su memoria.
Y está el regusto de la infancia, un pueblo que despierta en sus venas heridas y gozos que le ayudan a sanar con el paso de las estaciones, de los años, del tiempo… Madurez serena que sabe conjugar, o lo desea, mientras camina hacia el que en otro momento fue y espera seguir siendo, cuando sea posible, en nuevos versos o silencios.

                                                                          Esteban Rodríguez Ruiz

No hay comentarios:

Publicar un comentario