EUGENIO
ARCE LÉRIDA
CARTA
A JUAN ALCAIDE SÁNCHEZ
-El
gran ausente-
Querido
amigo en el alma de la poesía:
Yo
no te conocí personalmente, pero tu luz debía ser inmensa, como la
de esas estrellas que colapsan y desaparecen del Universo y, en
cambio, su luz sigue viajando por el espacio durante miles de años.
“Por sus hechos los conoceréis”, dice la Biblia. Y tus hechos
son los poemas donde sublimaste
tu lacerante vida amorosa, la humillante represión franquista y el
dolor de tu cuerpo abatido
por la enfermedad.
Tuviste
la existencia de los héroes: una vida corta pero fulgurante. Eras
valiente y sencillo a la vez; de ahí tus palabras: “Todo te lo
ofrezco, lector, pero siente./ si yo, como un hijo, lo que sé te
digo,/ aunque no germine mi humilde simiente,/ tu, como una
madre,...¡sé bueno conmigo!” Pero he de decirte,
Juan, para tu eterna tranquilidad, que tu simiente germinó y dio
fruto al mil por uno; que son legión los que siguen la estela de tus
conjuros de tinta; que tus “mimbres de pena” los hemos utilizado
para levantar empalizadas contra los vientos malignos de la insidia y
la desesperanza, esos cánceres que corroen hasta el tuétano a
nuestra sociedad; que la altiva orografía de tus versos las
utilizamos como atalayas para divisar a los enemigos y que, gracias a
ti, Juan Alcaide, valdepeñero excelso, vértice de la sensibilidad
poética, el “agua” de nuestras íntimas “norias” sale más
viva que nunca.
También
he de decirte que vivimos tiempos difíciles, en los que cuesta
“ganarse el pan”, pero siguen floreciendo las cardenchas en esta
llanura de inmensa soledad, a pesar de que el pútrido aliento de los
tiburones de la Historia se ha convertido en un vendaval que amenaza
con barrernos de la faz de la Tierra. No obstante, sabremos resistir.
Somos arqueros con el arco tenso.
Estamos
dispuestos a disparar nuestras flechas poéticas contra la iniquidad
y tenemos la aljaba llena de palabras verdaderas. Alguien dijo que no
hay nada más revolucionario que la verdad y nosotros sabremos, como
dignos discípulos tuyos, dispersarla por todos los confines de la
Tierra, porque de ti, Juan Alcaide, poeta que estás en el Parnaso de
nuestra patria manchega, recibimos esa verdad que expandiremos
siempre, hasta que se conviertan en luminarias que nos guíen en el
camino. Si Valdepeñas se hizo “cercao”, tu poesía los
multiplicó por toda la orografía española. Yo lanzo esta misiva al
aire con la esperanza de que alcance las altas estancias donde mora
tu espíritu de poeta
enamorado
de tu tierra. ¡Que Dios te guarde!
Siempre
tuyo en la poesía.
Eugenio
Arce Lérida. Julio 201 2
JOSÉ
MARÍA GONZÁLEZ ORTEGA
EPÍSTOLA
PARA JUAN ALCAIDE
-Poeta
de la Mancha-
“Sólo
el poeta puede / mirar lo que está lejos / dentro del alma...”
Antonio
Machado.
“Poeta
de La Mancha”:
Siento
latir tu corazón entre las viñas, iluminando valores esenciales que
nunca mueren.
Poesía
verdadera: cultura de molinos, gigantes, cigarras, hormigas, racimos
de sueños, jaraíces, tinajas y mostos, alas de carne.
Palabras
sencillas: fragua, martillo, yunque, tierra, surcos, arados, yuntas,
jornaleros... Aroma de colmenas y pozos, metáforas, cardenchas en
flor.
Versos
desnudos: libros, escuelas, señales del camino, lágrimas y sed.
Raíces, encinas, olivos, amor, desengaños, soledad, silenciosas
preguntas a Dios.
Poemas
imborrables, elegías con sabor amargo, mimbres rotos de pena: Carmen
desconsolada por Juan Vicente, pobres labios dormidos, sin entregarte
toda su ternura.
Juan
Alcaide Sánchez, luz valdepeñera nacida del amor, siempre buscabas
un cielo que necesita románticos poetas. Aquel día tus ojos
ascendieron, cada vez más alto. No compartimos el pan bueno, las
inquietudes..., ni platicamos de musas, hermosas dulcineas y
valientes quijotes.
Ciegan
el alma corrosivas dudas, pero las cosas suceden así. Tenía tres
años y sólo recuerdo: “Dale un beso a mamá, que está dormida”.
Duras tareas dañaron mis pulmones y de su sangre germinó poesía,
cebadas y trigos que agitan los vientos.
En
“El Trascacho”, bodega del noble caporal Andrés Cejudo, tuve la
suerte de recitar y brindar con vino nuevo, “A la paz de Dios,
hermanos”, junto a tus fieles amigos: Gregorio Prieto, Sagrario
Torres, Ángel Crespo, Francisco Creis... Muchos poetas inolvidables
en tu generación de 1936 (sacrificada durante la posguerra), Luis
Rosales, Gloria Fuertes, José Hierro..., conocían estos
gritos conmovedores frente a la barbarie:
“Esos
hombres tendidos,/ abrazados al suelo,/ comiéndose la sombra de la
acera,/ tienen dentro sus nidos,/ sus pedazos de cielo,/ su estampa
de caliente primavera./ Tienen dentro su ser, / fuera el empuje
trágico/ de la lucha que les lanza;/ cuando la espuma de su mar no
ruge,/ trina su caracola de esperanza.
/.../ Esos hombres tendidos,/ ésos, ésos,/ míralos, corazón,/ son
tus hermanos,/ van a hacer una torre con sus huesos,/ para llegar al
cielo con las manos.”
Somos
amantes de tu poesía sincera, desgarrada, profunda... Por ello, digo
en voz baja que conocí a Pilar (“¡La que tenía los ojos/ con sol
de mares con niebla!”) y desde entonces te debo estas líneas. Hoy
llegan muy tarde: seréis felices, sin ningún miedo a las palabras.
“Aquella...”
gran mujer (madre y abuela), compartía tanta emoción atesorada. Sus
manos temblorosas sostenían tu libro, “La noria del agua muerta”
(Madrid, 1936), donde -sin nombrarla- sientes su pasión imposible al
borde de la guerra: “La voz del agua sin vida/ es la que empieza a
sonar;/ en cangilones de versos,/ cantando y contando va...”
Pilar
bendijo tu nombre, Juan, acarició despacio la dedicatoria y recitó
poemas inocentes, nostálgicos romances escritos con tinta del alma.
Fuiste su “poeta”: entrañable maestro, ganabas el pan enseñando
a los niños amor, honradez y belleza, versos maravillosos de Lorca y
de Machado, cómo ser hombres libres para cambiar este mundo
siniestro.
Pilar
aún era bonita, frágil amapola manchega. Supo que no volveríamos a
vernos y besó vuestro libro, lleno de dignidad, luminoso chilanco
donde la vida triunfa sobre la muerte: “Y es que está seca la
fuente...,/ y ¡gira la noria, gira!”
José-María
González Ortega. Julio 2012
PRESEN
PÉREZ GONZÁLEZ
EPÍSTOLA
A JUAN ALCAIDE
-...Alumna
humilde de tus versos...-
Mi
admirado Juan:
En
el silencio de esta noche en que pueden comunicarse alma con alma,
recorro tu sentir en cada uno de tus versos, descubro tu ternura en
cada acento, en cada letra, en cada palabra.
Dijiste:
“Habrá de ser mañana” y yo o algún otro, te preguntamos “ ¿
En qué piensas” y tú contestaste “ en nada” “El silencio,
propicio será para ser buenos...”
Para
ser buenos... repiten mis labios, y un temblor sin causa me lleva a
rezar con tus pensamientos desde mi estructura imperfecta, que como
una asignatura pendiente reivindica la alegría, en esos límites
difusos que nos hacen comprender nuestra pequeñez cuando los otros
no forman parte de nuestro universo, pues es cierto que todos vamos
conjugando la vida cuando pone entre nuestras manos todo ese misterio
para ser felices, pero que tantas veces ignoramos vestidos de
vanidad. Volver a las páginas donde se dibuja tu historia, mi
historia, la del paria que pasa, es bajar de las nubes y tocar la
túnica de un destino compartido, porque dime, quién no ha sido
paria en algún momento: cuando estamos solos o tenemos miedo.
Facturas del tiempo que hemos de pagar desde la humildad y la
esperanza, y que bien supiste expresar en tu oración: ese clamor
grave y confiado, desear “la gracia de la espiga”, ser para todos
sin distinción ni rango.
Reflejaste
tan bien la vida rural y cotidiana que después de encontrar la
respuesta en cada corazón voy respirando tu voz como una nostalgia,
y un garabato en el aire marca el lenguaje de uno mismo, para
aprender del murmullo, de cada piedra, de cada instante, ese sumarse
a vivir con los otros, transformar
lo cotidiano, luchar contra la debilidad, contra la deformación que
nos vence. Al otro lado están los restos de tantos nombres grabados,
donde el cuerpo tiembla desde la memoria o desde el olvido.
Te
escribo desde la sombra de mis ojos claros, desde mi piel derramando
añoranza, para ver en la lluvia la limpieza de las cosas, a través
de la nitidez de una mirada cuando los rostros cargados de paciencia
caminan al costado de mi tristeza, y entonces yo tanteo mis pasos
para no tropezar cuando se cieguen mis pupilas de cansancio. Hay un
vínculo que nos nace de la tierra, retrata el recuerdo y unce
nuestro vacío. No sé qué destino me llega a través de mis
arterias, esa zona donde la conciencia salva lo íntimo y nos imprime
el coraje de la libertad, el espanto del no ser. Recogeré las
migajas que caen de los sueños desfigurados como sombras en una
mañana de niebla, para recuperar lo que importa cuando la luz se
proclame.
Y
al partir dijiste “Mañana volveré. Cuando una noche/ de no sé
cuánto tiempo sirva para/ limpiar el corazón, los corazones...”
Hoy
y siempre estarás tan vivo entre nosotros que el olvido nunca será
tumba para ti. Quiero que tu sed me contagie para recorrer el estío
cosechando palabras. Deja que sea yo más contigo en la oración y
una alumna humilde de tus versos, pues mendigos de la inspiración
llevamos el encanto de esta tierra en nuestras venas.
Y
yo como tú, así, en silencio, me despido de ti
¡Hasta
mañana!
Presen
Pérez González. Julio 2012
ESTEBAN
RODRÍGUEZ RUIZ
CARTA
A JUAN ALCAIDE
-Contigo
siempre, Juan...-
Querido
Juan:
Un
año más estamos aquí reunidos para recordarte añorando tu
añoranza, haciendo presente ese amor que, como tú, sublimamos, al
no ser capaces de hacerlo concreto a pesar de nuestra firme
determinación y empeño.
Es
verdad que, a veces, nos dejamos mecer y adormecer con los cuentos de
los que ya nos prevenía León Felipe, al igual que tú dejaste hacer
a tus paisanos con la complicidad de los “cercaos”, la “limoná”
y aquellos agradables trasnoches de los días de otoño, anunciadores
de la inminente vendimia
que se hacía más tarde y no tan apresurada como la de ahora.
Eran
otros tiempos. Los maestros tenían reposo y reconocimiento, aunque
no les faltasen estrecheces, dificultades e incomprensiones. Mas tú
encontrabas todo lo necesario en un rincón tranquilo que te
permitiese plasmar en unas cuartillas las ansias del corazón y las
ilusiones no cumplidas que pasaban a formar parte de lo pendiente,
apuntándolo en las páginas de cada nuevo
poemario, incluso en los más difíciles de asumir, que también los
hubo.
Cantaste
tanto a nuestra tierra, sus hombres y mujeres, sus quehaceres,
penurias, fracasos y logros, que tu ida prematura dejó un perfume
fresco y persistente, siempre renovable en tardes-noches como éstas
en donde el calor del verano arrecia y refresca la amistad en cada
encuentro.
He
de despedirme, mas no te digo adiós, ni hasta luego, pues sé que
vendrás conmigo, pegado a mi piel y mi recuerdo como lo está el
sabor del mosto y el aroma que nos regala, cuando fermenta, buscando
transformarse en vino, en nuevo verso de añada diferente.
Contigo
siempre.
Esteban
Rodríguez Ruíz. Julio 2012