PINCELADAS
POÉTICAS
Jesús María Cormán, San Sebastian 1966, es
conocido como pintor, narrador y letrista,
pero hoy hablaremos de su poesía, de su libro Peligro,
perros sueltos,
con el que ha conseguido el XI Premio Nacional de
Poesía Ciega de Manzanares 2012, convocado por el Ayuntamiento de
esa localidad manchega y editado por Vitruvio el año pasado.
Según los críticos, él intenta apresar en su
pintura el movimiento en un instante y parece que sus poemas tienen
el mismo propósito: atrapar lo observado y sentido, dejándolo
quieto frente al lector sin anularlo. Autor de una obra de juventud,
Poemas de Octubre (1985), no vuelve a escribir hasta el año
2000, cuando regresa y empieza a presentarse a premios literarios
para intentar publicar sus libros: Dioses de cardenillo
(2002), Unidad del dolor (2004), El Caníbal (2008),
Gabinete de Crisis (2008), Formas de vida y muerte
(2010), Bajo Cero (2009) y el que ahora reseñamos, que
empieza de manera elocuente: “Lo peor que puede ocurrirle a tu
poema/ es que no interese/ ni a quien yace contigo”, incluyendo a
los muertos, por si acaso, entre los deudores del eco.
Pero leyéndole comprendemos que no es necesaria
tanta precaución, ya que desde el principio nos vemos impelidos a
seguir leyendo esos fogonazos que buscan mostrarnos retazos de
realidad que puede sernos ajena y que, sin embargo, hacemos nuestra
sin esfuerzo, sin necesidad de violentarnos para conseguir la
identificación. Sabemos que la realidad puede ser determinada por el
azar y convertirse todo en escombro ligero que sólo el tiempo puede
sedimentar o llevar a la nada y si “todo lo que empieza acaba…/
¿Por qué con el amor iba a ser de otra manera?”. Mas lo peor no
es el olvido, sino el no tener nada que olvidar, no haber vivido.
La poesía, que es elemento transformador, casi se
convierte en aforismos y sentencias lapidarias, en síntesis verbales
sobre la desaparición o la conveniencia de ella: Todo tiempo es un
nudo que puede llegar a ceder. Somos pura contradicción,
equivocación y acierto, deseo de salvación y abandono, senda que
regresa al punto de partida buscando el infinito, dejándonos la
única certeza posible: “estamos vivos”.
Los versos nacen y crecen lejos de los poetas,
para preservarse; como el amor que pervive más allá de los días de
los amantes, de las imágenes devueltas por los espejos, de los pasos
y caricias compartidas. Consciente de todo ello, de lo imposible
hecho deseo, nos confiesa: “Mis páginas escritas acaban a la mitad
del libro./ Pero seguid leyendo…/ El blanco que continúa/
pertenece a mis mejores poemas”. Tal vez los que están por llegar.
Esteban Rodríguez Ruiz