PEREGRINO DE SUEÑOS
Ha visto la luz un nuevo poemario, el primero de una poeta que empezó su singladura hace unos años, habiendo cosechado ya distintos premios y participado en varios libros colectivos, y ahora se asoma a la experiencia de un fruto en solitario.
Elizabeth
Porrero, Ciudad Real 1977, nos entrega “Peregrino de sueños”,
editado por la BAM, dentro de la colección Literaria Ojo de Pez, de
la Excma. Diputación Provincial de Ciudad Real, en el que recoge
treinta y dos poemas nacidos de su propia experiencia, sueños y
peregrinaje por el territorio físico y la búsqueda íntima de los
sentimientos. No tanto los logros, como el proceso mismo, son la meta
de estos versos y lo que aspiran a expresar. Llanuras, valles, cimas,
sendas pedregosas o mullidas, ciudades, lugares públicos o
reservados…, serán los referentes metafóricos, las imágenes que
sirven a Elizabeth para ir tejiendo la red en donde retener la luz
que nos posibilite descubrir, a la vez que lo hace ella misma, lo que
desea hacernos entender. Logros y pérdidas, éxitos y fracasos,
anhelos y despertares difíciles se entretejen al calor de una
búsqueda permanente que adquiere mayor protagonismo que la llegada
en sí. Pero recorramos sus poemas, oigamos su voz y su silencio, con
los que nos sitúa en el amor como punto de salida y retorno. También
el recuerdo.
Es en el
avanzar donde reconoce que poco o nada importa el destino, pues lo
principal es la senda y el final será aceptar que no siempre hay
respuestas o que éstas pueden llegar inesperadamente. Ir lento o
deprisa, por el mismo rincón en donde nacimos o recorriendo el mundo
entero.
Vivir
puede ser ese un instante continuado que se puebla de insinuaciones,
frutos y desengaños; de caricias que nos abren a otras realidades.
El caminante, la poeta, nos entrega sus esperanzas en cada uno de los
pasos, en las palabras escritas y “…acaba preguntándose/ por qué
las cosas bellas/ suelen ser, a menudo, inalcanzables”, por qué
sólo se atesoran sueños y derrotas. Mas hemos de saber, nos dice,
que “…vivir es caminar siguiendo el mapa/ de los sueños,
perdiéndose al buscar/ las señales que indican el deseo”; y
descubrir que, de repente, el camino puede volverse intransitable.
En lo
inesperado nos apunta a la identificación tan imposible como cierta:
“Cómo admiro el silencio de los árboles/ porque deben sufrir
calladamente/ el abrazo tan frío del otoño/ …/ Pero es su pena
sabia e invisible/ y, ante el daño que no puede evitarse,/ se
mantienen erguidos y más fuertes. /Quizás han aprendido/ que no es
su dolor único en el mundo”. Aprender no es fácil y lo hacemos a
lo largo de toda la vida.
Ciudad
Real, 22 de junio de 2012
Esteban
Rodríguez Ruiz
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