Apenas paran, porque tienen prisa. El arco dibuja escalas en un aire recargado de agobio. Un ligero eco sirve de banda sonora para unos rostros sin expresión. El olor a resina destila el último grito de lamento de un músico muerto que nadie recuerda ya. Arriba, muy arriba, se oyen varios cláxones que ahogan a aquellos incautos y atrevidos capaces de levantar la mirada. La luz no puede inundarlo todo y decide olvidar a los desterrados que todavía interpretan un adagio. Y allí, en medio de la oscuridad, los silencios se alzan con mayor majestuosidad. Y son agresivos, mucho más agresivos que cualquier semicorchea. Por eso los evito.
Alguien deja escapar un suspiro que suena a gratitud. Las cuerdas vibran al recibir mi súplica y las monedas planean sobre un estuche mugriento que heredará Caronte. El director marca un ritardando que nadie respeta, salvo el primer violín de una orquesta de fantasmas.
Un niño pequeño se resiste a ascender, y su padre acaba forzándolo. Sonrío con cierta ironía mientras la luz devora un berrinche inútil destinado a correr su propia maratón. Seguramente alguien, alguna vez, le obligará, casi sin querer, a detenerse. Pero sus piernas ya no responderán y se anunciará una victoria vana, perdida en medio de una horda de cadáveres andantes. Tal vez entonces las notas discordantes de una interpretación mediocre se alcen como una falsa promesa de esperanza. Y él pensará en su padre, que no le dejó detenerse para escucharme en esta boca abierta a las profundidades.
Casi carcajeo mientras anuncio un pianísimo irreverente. Se calma el bullicio momentáneamente y logro escuchar una apremiante voz con dejes sensuales: ¿No te cansas de perder? Soy capaz de alzar el rostro mientras mis dedos vuelven a sentir el fuego.
Ya está. Ya termino. Con un sí muy desafinado.
domingo, 15 de enero de 2023
Concertino - Andrés Castellanos Gallego
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