sábado, 10 de mayo de 2014

NOSTALGIA


NOSTALGIA

Con motivo de la muerte de Adolfo Suárez, primer Presidente de la democracia y coartífice de la transición, hemos tenido ocasión de actualizar viejos recuerdos, no tan antiguos como pudiera parecer, y desempolvar nostalgias que, aunque nos cueste reconocerlo, siempre vienen retocadas por el efecto del tiempo y tamizadas por los filtros interpuestos.
No cabe duda de que el personaje histórico ha crecido si lo comparamos con la imagen que podemos conocer a través de los documentos elaborados y lo vivido en aquellos días de miedo e ilusión que hicieron posible el entendimiento y la concordia que nos llevaron de una dictadura, mantenida durante cuarenta años, hasta un horizonte de esperanza en donde pudimos soñar con un país y una sociedad diferente, a pesar de estar construida con los restos del naufragio que aspiraban a afianzarse con los nuevos aires y desarrollarse gracias a los que fueron creciendo a la sombra de aquellos acontecimientos.
No han faltado los homenajes, ni las declaraciones de reconocimiento a la vez que se aprovechaba la ocasión para lucirse. También vivimos el espejismo con los últimos Presidentes en amigable cercanía además de esas instantáneas institucionales que invitaban a la grandeza de miras. Podríamos saber que todo era pasajero, pero no por ello perdía valor el momento. Incluso ha servido para que desde distintos foros se reclamase un esfuerzo y plus de flexibilidad que emulase aquellos años en los que se alcanzaron compromisos nada fáciles para lograr lo necesario. Es verdad que ha durado poco, pero mereció la pena.
Al calor de esos recuerdos han aflorado los buenos deseos y hemos sido conscientes de que, cuando se quiere, pueden posibilitarse las condiciones que facilitan los acuerdos y que no siempre son los hechos objetivos los que hacen insalvables los obstáculos, por lo que se ha explicitado la necesidad de unos políticos, unos mandatarios, con horizontes más amplios, más generosidad y menos cortoplacismo.
Pero, una vez más, tuvimos disponible y dispuesto a Monseñor Rouco Varela y no defraudó en su oficio de protagonista destemplado, toque o no toque, echando mano de su repertorio en clave apocalíptica en el que predominan tonos admonitorios y excluyentes incluso cuando lo que la ocasión requiere, reclama y casi exige es la invitación al encuentro. Pero está claro que “no pueden pedirse peras al olmo” y sólo cabe esperar que la dinámica de la vida le empuje a un punto en el que sus revueltas bilis no nos repercutan.
Más allá de todo esto, lo importante ha sido poder recuperar para el presente a una persona que la enfermedad había apartado de la vida pública. Tal vez la Historia, con mayúsculas, lo tenga más claro.

                                                                                 Esteban Rodríguez Ruiz

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