Estamos a comienzos de año, siempre con el buen propósito de mantener al día, dentro de nuestras posibilidades, el blog. Intentaremos que así sea.
FELIZ 2016
sábado, 9 de enero de 2016
jueves, 29 de mayo de 2014
REFERENCIAS
PINCELADAS
POÉTICAS
Jesús María Cormán, San Sebastian 1966, es
conocido como pintor, narrador y letrista,
pero hoy hablaremos de su poesía, de su libro Peligro,
perros sueltos,
con el que ha conseguido el XI Premio Nacional de
Poesía Ciega de Manzanares 2012, convocado por el Ayuntamiento de
esa localidad manchega y editado por Vitruvio el año pasado.
Según los críticos, él intenta apresar en su
pintura el movimiento en un instante y parece que sus poemas tienen
el mismo propósito: atrapar lo observado y sentido, dejándolo
quieto frente al lector sin anularlo. Autor de una obra de juventud,
Poemas de Octubre (1985), no vuelve a escribir hasta el año
2000, cuando regresa y empieza a presentarse a premios literarios
para intentar publicar sus libros: Dioses de cardenillo
(2002), Unidad del dolor (2004), El Caníbal (2008),
Gabinete de Crisis (2008), Formas de vida y muerte
(2010), Bajo Cero (2009) y el que ahora reseñamos, que
empieza de manera elocuente: “Lo peor que puede ocurrirle a tu
poema/ es que no interese/ ni a quien yace contigo”, incluyendo a
los muertos, por si acaso, entre los deudores del eco.
Pero leyéndole comprendemos que no es necesaria
tanta precaución, ya que desde el principio nos vemos impelidos a
seguir leyendo esos fogonazos que buscan mostrarnos retazos de
realidad que puede sernos ajena y que, sin embargo, hacemos nuestra
sin esfuerzo, sin necesidad de violentarnos para conseguir la
identificación. Sabemos que la realidad puede ser determinada por el
azar y convertirse todo en escombro ligero que sólo el tiempo puede
sedimentar o llevar a la nada y si “todo lo que empieza acaba…/
¿Por qué con el amor iba a ser de otra manera?”. Mas lo peor no
es el olvido, sino el no tener nada que olvidar, no haber vivido.
La poesía, que es elemento transformador, casi se
convierte en aforismos y sentencias lapidarias, en síntesis verbales
sobre la desaparición o la conveniencia de ella: Todo tiempo es un
nudo que puede llegar a ceder. Somos pura contradicción,
equivocación y acierto, deseo de salvación y abandono, senda que
regresa al punto de partida buscando el infinito, dejándonos la
única certeza posible: “estamos vivos”.
Los versos nacen y crecen lejos de los poetas,
para preservarse; como el amor que pervive más allá de los días de
los amantes, de las imágenes devueltas por los espejos, de los pasos
y caricias compartidas. Consciente de todo ello, de lo imposible
hecho deseo, nos confiesa: “Mis páginas escritas acaban a la mitad
del libro./ Pero seguid leyendo…/ El blanco que continúa/
pertenece a mis mejores poemas”. Tal vez los que están por llegar.
Esteban Rodríguez Ruiz
martes, 13 de mayo de 2014
REFERENCIAS
NUEVA ENTREGA
Pedro Antonio González Moreno nos hace una nueva
entrega en el poemario que ha titulado El ruido de la savia y
con el que ha conseguido el Premio Nacional de Poesía “José
Hierro”, convocado por el Ayuntamiento de San Sebastián de los
Reyes (Madrid).
Estructurado en cinco partes independientes:
“Raíces para un árbol genealógico”, “El ruido de la savia”,
“El poema y sus ramas”, “Tu cuerpo entre las hojas” y “Una
rama tronchada”, aunque relacionadas entre sí, va configurando “el
árbol” en cada una de las concreciones.
Lo primero que encontramos es el armazón que
sustenta el conjunto y sabremos que de sus antepasados no aprendió
grandes cosas, pero sí fundamentales, como el fijar las bases para
que los sueños lleguen a ser posibles y las palabras tengan fuerza y
sentido. Desde ese arraigo va presentando ante nosotros la herencia
de los suyos: arrieros, capataces, albañiles, aristócratas del
cansancio, nómadas, coleccionistas de derrotas…, que dejaron
escrita “su canción sin palabras”. Él sí escribe alimentado
por esas raíces que impulsan la savia y el veneno acumulado durante
generaciones y llega a descubrir el sentido pleno, la similitud ente
el “picón de la infancia” y los versos de madurez, ese quemar
muy cuidadosamente hasta que se consume la hojarasca, conservando la
lumbre “para ese duro invierno/ de la vida”, en el que habrá que
“agavillar desengaños”, enterrar sueños y escribir con tiento,
lentitud y sosiego.
Evoca recuerdos de yeso, artesa, llana…, y
descubre “que también con las palabras/ era posible construir…/
contra el miedo”, escribir poemas a escondidas en el viejo cuaderno
del desván para iluminar la noche, las tinieblas, e inyectar la vida
renovada en cada primavera, en cada verso robado al olvido, tras el
tiempo de espera.
Nos muestra la alquimia mediante la que conjuga
los elementos y logra lo buscado: “devolver a las cosas el brillo
que han perdido/ cuando el nombre envejece” y asumir el riesgo de
no salir indemne de la experiencia vivida tras asomarse a la “última
barricada contra el miedo”.
Pedro Antonio nos regala la esencia del poema,
núcleo del amor y frontera de la herida, de lo que pudo ser y no
fue, el eco de los otros y el silencio propio hecho concreto en las
palabras. En los dos últimos poemas que cierran el libro nos habla
de lo irremediable y la necesidad de hacer frente a la intemperie
desde la apariencia de normalidad: “que todo continúe como al
borde/ de suceder…”, aunque haya sucedido, asumiendo el reto de
la permanencia, buscando lo nuevo que llegará enlazado al presente.
Esteban Rodríguez Ruiz
sábado, 10 de mayo de 2014
NOSTALGIA
NOSTALGIA
Con motivo
de la muerte de Adolfo Suárez, primer Presidente de la democracia y
coartífice de la transición, hemos tenido ocasión de actualizar
viejos recuerdos, no tan antiguos como pudiera parecer, y desempolvar
nostalgias que, aunque nos cueste reconocerlo, siempre vienen
retocadas por el efecto del tiempo y tamizadas por los filtros
interpuestos.
No cabe
duda de que el personaje histórico ha crecido si lo comparamos con
la imagen que podemos conocer a través de los documentos elaborados
y lo vivido en aquellos días de miedo e ilusión que hicieron
posible el entendimiento y la concordia que nos llevaron de una
dictadura, mantenida durante cuarenta años, hasta un horizonte de
esperanza en donde pudimos soñar con un país y una sociedad
diferente, a pesar de estar construida con los restos del naufragio
que aspiraban a afianzarse con los nuevos aires y desarrollarse
gracias a los que fueron creciendo a la sombra de aquellos
acontecimientos.
No han
faltado los homenajes, ni las declaraciones de reconocimiento a la
vez que se aprovechaba la ocasión para lucirse. También vivimos el
espejismo con los últimos Presidentes en amigable cercanía además
de esas instantáneas institucionales que invitaban a la grandeza de
miras. Podríamos saber que todo era pasajero, pero no por ello
perdía valor el momento. Incluso ha servido para que desde distintos
foros se reclamase un esfuerzo y plus de flexibilidad que emulase
aquellos años en los que se alcanzaron compromisos nada fáciles
para lograr lo necesario. Es verdad que ha durado poco, pero mereció
la pena.
Al calor
de esos recuerdos han aflorado los buenos deseos y hemos sido
conscientes de que, cuando se quiere, pueden posibilitarse las
condiciones que facilitan los acuerdos y que no siempre son los
hechos objetivos los que hacen insalvables los obstáculos, por lo
que se ha explicitado la necesidad de unos políticos, unos
mandatarios, con horizontes más amplios, más generosidad y menos
cortoplacismo.
Pero, una
vez más, tuvimos disponible y dispuesto a Monseñor Rouco Varela y
no defraudó en su oficio de protagonista destemplado, toque o no
toque, echando mano de su repertorio en clave apocalíptica en el que
predominan tonos admonitorios y excluyentes incluso cuando lo que la
ocasión requiere, reclama y casi exige es la invitación al
encuentro. Pero está claro que “no pueden pedirse peras al olmo”
y sólo cabe esperar que la dinámica de la vida le empuje a un punto
en el que sus revueltas bilis no nos repercutan.
Más allá
de todo esto, lo importante ha sido poder recuperar para el presente
a una persona que la enfermedad había apartado de la vida pública.
Tal vez la Historia, con mayúsculas, lo tenga más claro.
Esteban Rodríguez Ruiz
miércoles, 26 de febrero de 2014
FRANCISCO MENA CANTERO
NOMBRADO HIJO ADOPTIVO DE CIUDAD REAL
REMEMBRANZA
I
Haces
del verso un mar y en él navegas
y
te dejas llevar por las corrientes
de
los vientos que soplan, que son fuentes
energéticas
vivas y andariegas.
Te
aprovechas del soplo y con él juegas,
te
vales de sus flujos ascendentes,
que
van hinchando velas muy silentes
y
a buen puerto en tus rutas siempre llegas.
Haces
de capitán y marinero
a
la vez, cuando vas en tu velero,
dominando
el velamen y el timón.
¡
Es tanta la destreza de
tus manos
al
plasmar versos vivos tan cercanos
que
calan la pared del corazón !
…///…
…///…
II
A
pocos días de nacer
tuviste
que
iniciar un crucero a mar abierto,
para
atracar aquí donde no hay puerto,
pero
aún así el atraque conseguiste.
Desde
la Villa y Corte a aquí viniste
a
Ciudad Real, siendo un gran acierto,
La
Mancha te llamaba, eso es bien cierto;
y
tú sin juicio aún, caso le hiciste.
Al
llegar, con estima te acogieron
y
lo que falta te hizo te lo dieron,
no
sin esfuerzo, por la austeridad.
Pero
salir a flote al fin lograste
con
tu esfuerzo vital, con el que alzaste
el
estandarte de tu identidad.
…///…
…///…
III
Tierra
adentro, del verso marinero
en
mares de trigales de Castilla
La
Mancha, que navega hasta Sevilla
verso
a verso bogando en su velero.
Desde
allí pone rumbo al mundo entero
por
un mar y otro mar de orilla a orilla;
y
más y más y más su verso brilla
con
la luz de la luna y su lucero.
Bajo
el ardor solar de Andalucía
Mena
Cantero escribe cada día
su
aderezado verso en el papel.
Y
como éste de fiebre va tocado,
al
leerlo te deja ensimismado
porque
todo es belleza a flor de piel.
Mi
péñola se acerca hasta tu mar
porque
quiere a tu lado navegar…
Manuel Mejía Sánchez-Cambronero
sábado, 22 de febrero de 2014
TAL VEZ LA NOCHE ME REDIMA
REFERENCIAS
VIDA COTIDIANA
Un título tan largo como “Tal vez la noche
me redima” lo resumo mentalmente con las dos palabra que abren
esta columna, pues de eso trata la novela con la que Juana Pinés
Maeso ganó el Premio Provincia de Guadalajara de Narrativa 2011,
publicada por la Diputación. Pero nos puede surgir la pregunta: ¿Qué
es y contiene la vida cotidiana cuando vivimos en un mundo tan
variopinto y singular, aunque no tan distinto a otros de épocas y
latitudes diferentes? La autora nos va describiendo, con una catarata
de palabras que más podríamos pensarlas provenientes de su boca que
de su pluma, la peripecia vital de una mujer madura enfrentada a una
realidad trágica desde la que hace recuento de sus días, cargados
de sueños, realizados o no, ilusiones, miedos y obligaciones.
Desde su pequeño universo del presente despliega
ante el lector toda su vida y, con ella, la de los otros protagonista
que hacen aparición en estas páginas, en las que caben un hijo
adolescente, el recuerdo de una madre, la presencia cómplice y
respetuosa del padre, un pequeño negocio y los círculos que se van
abriendo a su alrededor a través de los que vamos conociendo
referencias de otras familias en las que los valores y prejuicios no
siempre responden a lo que podríamos esperar. Pero, sobre todo, es
el escenario en el que va desnudando su alma y vaciando su corazón,
en el que ha ido acumulando intuiciones, seguridades y certezas, de
lo que no le hubiera gustado conocer ni vivir, aunque todo ello haya
llegado cuando con más ahínco buscaba la felicidad y, desoyendo los
avisos de su entorno, se entrega sin escudos protectores ni caminos
alternativos de retirada. Todo se desata tras una llamada de teléfono
con la que le comunican que su marido ha tenido un accidente de
tráfico y que está hospitalizado con un diagnóstico incierto. Ella
irá sabiendo, en las sucesivas visitas, que no iba solo, que nada ha
cambiado a pesar de sus reiteradas promesas de fidelidad, que…
A la manera de “Cinco hora con Mario”,
pero sin esperar a que el marido esté de cuerpo presente, irá
desvelándonos sus frustraciones, renuncias y ganas de seguir
viviendo. Hay mucho de autobiográfico en esta obra, como suele
ocurrir en las primeras de todo escritor, aunque en ningún momento
podamos superponer pasajes concretos de la realidad y los plasmados
en estas páginas.
Un lenguaje ágil, musical, rico y detallista
podemos ir encontrando en este libro en el que, como decimos al
principio, no siempre es fácil sustraerse del ritmo y la voz de
Juana, aunque seamos consciente de que estamos leyendo lo escrito por
una amiga.
Esteban Rodríguez Ruiz
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