LETRAS Y VIDA
El don de la batalla, título del poemario
de María Luisa Mora Alameda, nacida en Yepes (Toledo), en 1959 y
publicado por Ediciones Vitruvio tras haber conseguido el X Premio
Nacional de Poesía “Ciega de Manzanares” 2011, que convoca el
Área de Cultura de dicho Ayuntamiento, es un claro ejemplo de cómo
la vida y las letras, las palabra, los versos, pueden formar un todo,
un conjunto en el que cada uno de los términos complementen y
totalicen al otro, componiendo un referente al que acudir para seguir
orientado.
La autora, que ya tiene otras obras publicadas,
fue, en 1987, Accésit del premio Adonais, galardón que ganaría en
1993 con Busca y captura. La que ahora nos entrega es una
metáfora en donde caben aciertos, errores, ilusiones, sueños,
fracasos, compromiso, deserción… Como la existencia misma, mezcla
de alegría y desasosiego, en la que para llegar al final, para tener
opción al triunfo, aunque este sólo sea la permanencia, es
necesario trabajar continuamente, no bajar la guardia. Es, por tanto,
una llamada a luchar, resistir, apostar, buscar…, instalarse en la
esperanza a pesar del frío, la intemperie, la traición y el vacío
circundante.
Cuarenta y cuatro poemas agrupados en cinco
bloques que toman pie de entradas significativas cogidas de otros
autores: Ángel González, José Agustín Goytisolo, Luis Cernuda,
Gabriel Celaya…, que referencian lo que encontraremos en cada uno
de ellos.
Ya en el primero podemos leer: “Hubiéramos
deseado/ una infancia distinta,/ una mano más blanca que la luna”.
A pesar de esa carga y de ser consciente de que la realidad vida
impone sus reglas, confiesa haber sido capaz de zafarse con lo único
posible. “Sublevémonos todos./ Cojamos ya las riendas de la vida”,
aunque nos equivoquemos, nos sintamos confusos, no sepamos qué
camino elegir para llegar al “invisible reino del mañana”. Lo
importante es no dar oportunidad a que “llegue el tedio con su
carga/ de quebranta sueños/ y destruya la esperanza/…/ A cavar,
sin descanso, una trinchera/ tras la que guarecernos/ de la
desesperación y del olvido”.
Puede llegar la enfermedad, la perdida y quedar
sólo el recuerdo. Y desde ahí vivir lo bello, aun en medio de lo
terrible. La experiencia hecha verso, la vida puesta en palabras
rimadas que buscan, encuentran y dan sentido. El amor, sus trampas,
mentiras y entregas entre ese juego de tristezas y alegrías que es
el día a día.
Poeta de oficio que llama y es ignorada por
el mundo, no olvida que está hecha “a imagen y semejanza de la
Tierra” y sus ritmos naturales, buscando en el corazón el
silencio. “No tengo nada que decir./ …aguardo,/ con la
imperturbable esperanza / de la roca,/ a que llegue ese día/ en que
toda la belleza me fecunde”. Esperamos los ecos.
Esteban Rodríguez Ruiz
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