martes, 12 de marzo de 2013

EL DON DE LA BATALLA

                                         REFERENCIAS

LETRAS Y VIDA

El don de la batalla, título del poemario de María Luisa Mora Alameda, nacida en Yepes (Toledo), en 1959 y publicado por Ediciones Vitruvio tras haber conseguido el X Premio Nacional de Poesía “Ciega de Manzanares” 2011, que convoca el Área de Cultura de dicho Ayuntamiento, es un claro ejemplo de cómo la vida y las letras, las palabra, los versos, pueden formar un todo, un conjunto en el que cada uno de los términos complementen y totalicen al otro, componiendo un referente al que acudir para seguir orientado.
La autora, que ya tiene otras obras publicadas, fue, en 1987, Accésit del premio Adonais, galardón que ganaría en 1993 con Busca y captura. La que ahora nos entrega es una metáfora en donde caben aciertos, errores, ilusiones, sueños, fracasos, compromiso, deserción… Como la existencia misma, mezcla de alegría y desasosiego, en la que para llegar al final, para tener opción al triunfo, aunque este sólo sea la permanencia, es necesario trabajar continuamente, no bajar la guardia. Es, por tanto, una llamada a luchar, resistir, apostar, buscar…, instalarse en la esperanza a pesar del frío, la intemperie, la traición y el vacío circundante.
Cuarenta y cuatro poemas agrupados en cinco bloques que toman pie de entradas significativas cogidas de otros autores: Ángel González, José Agustín Goytisolo, Luis Cernuda, Gabriel Celaya…, que referencian lo que encontraremos en cada uno de ellos.
Ya en el primero podemos leer: “Hubiéramos deseado/ una infancia distinta,/ una mano más blanca que la luna”. A pesar de esa carga y de ser consciente de que la realidad vida impone sus reglas, confiesa haber sido capaz de zafarse con lo único posible. “Sublevémonos todos./ Cojamos ya las riendas de la vida”, aunque nos equivoquemos, nos sintamos confusos, no sepamos qué camino elegir para llegar al “invisible reino del mañana”. Lo importante es no dar oportunidad a que “llegue el tedio con su carga/ de quebranta sueños/ y destruya la esperanza/…/ A cavar, sin descanso, una trinchera/ tras la que guarecernos/ de la desesperación y del olvido”.
Puede llegar la enfermedad, la perdida y quedar sólo el recuerdo. Y desde ahí vivir lo bello, aun en medio de lo terrible. La experiencia hecha verso, la vida puesta en palabras rimadas que buscan, encuentran y dan sentido. El amor, sus trampas, mentiras y entregas entre ese juego de tristezas y alegrías que es el día a día.
Poeta de oficio que llama y es ignorada por el mundo, no olvida que está hecha “a imagen y semejanza de la Tierra” y sus ritmos naturales, buscando en el corazón el silencio. “No tengo nada que decir./ …aguardo,/ con la imperturbable esperanza / de la roca,/ a que llegue ese día/ en que toda la belleza me fecunde”. Esperamos los ecos.

                                                                               Esteban Rodríguez Ruiz

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